El 9 de enero, en Santiago, el Consejo Minero organizó el seminario “Automatización y tecnología: oportunidades y desafíos”. El principal conferencista fue el economista de Harvard Geoff Colvin, autor del libro “Los humanos están subestimados”.
A fines del mismo mes se realizó un encuentro de similares características: “Minería del futuro en el presente: Automatización, Big Data e Inteligencia Artificial en procesos y producción minera”, donde se reflexionó más o menos sobre lo mismo.
Y esta semana el presidente de Voces Mineras, Sergio Jarpa, expresó su positivo asombro ante la experiencia de Australia donde más de 200 camiones convencionales, luego de ser reconvertidos, han pasado de ser operados por choferes a ser totalmente autónomos. Incluso sin necesidad de ser conducidos remotamente con un joystick. Esta experiencia se relatará el 28 de agosto en el Foro “Nuevas Tecnologías que Revolucionan la Minería”.
Este es el contexto de la que se ha llamado la Cuarta Revolución Industrial y que no sería más que la incorporación a los procesos productivos de innovaciones que harán prescindible la participación de personas. En el fondo, de hombres y mujeres. La tercera fue la digital, la segunda la de la energía y la electricidad, y la primera la de la industrialización y urbanización a gran escala.
Los argumentos en pro de la automatización en la minería son múltiples.
El primero, más etéreo quizás, el incesante imán que tiene para el ser humano descubrir lo nuevo, lo que permita dejar atrás lo viejo. Camino que se asume como necesario a todo evento en circunstancias que, si me siguen, en determinados casos lo permanente también tiene su encanto: por ejemplo, la forma en que el planeta ha hecho las cosas durante miles de años ha permitido la vida. El cambio drástico puede involucrar dramáticos efectos.
También se señala que la automatización permitirá no exponer a los trabajadores a situaciones de riesgo que, lo sabemos en Aysén, en ocasiones cobran vidas. Junto a esto que se mejorará la productividad, ya que ese ente que es el proceso autómata e incluso el de inteligencia artificial, no pide aumento de sueldo, no organiza huelgas, no pierde tiempo en colación ni en los cambios de turno.
Por cierto que esto no es algo que ocurra solo con la minería. Está afectando a todas las actividades, no solo las económicas, pero sería ésta más fuertemente afectada al ser un sector que se aproxima a la naturaleza solo como una materia prima, sustentándose en extraer lo máximo, al menor costo y tiempo, y donde dar o no empleo no es uno de sus ventajas comparativas. No así en áreas donde el sello humano (la agricultura diversificada o el turismo sustentable, por ejemplo) seguirá siendo relevante.
Pienso en esto al escuchar las voces de autoridades del Estado apostando, y arrastrando a muchas personas, en pos del avance de una actividad que, como es posible apreciar, quizás no tiene los días, pero sí los años contados en materia de fuerza laboral. No hoy, no mañana, pero el futuro se viene con una minería con cada vez menos mineros. Y mucha reflexión y empeño los dueños del capital están poniendo en ello.
En el debate sobre un Aysén minero de nada han valido los episodios de contaminación que han afectado ecosistemas, ganado y personas, la destrucción de la biodiversidad, la apropiación de las fuentes hídricas como lo permite el artículo 56 del Código de Aguas.
Pero quizás este, el del empleo sustentable y de futuro, algo de sentido entregue. A quienes participan de la actividad y a los tomadores de decisiones que, en forma muy poco responsable, no asumen una realidad que se está construyendo más allá de sus posibilidades.
Porque el problema no es ya la cesantía puntual por los cierres de las minas Cerro Bayo y El Toqui, en gran medida por su propia responsabilidad. El problema es estructural y no se puede obviar.
Lo dijo Geoff Colvin en el seminario que inicia estas líneas: “La mayoría de los países no están preparados para este cambio en el mercado laboral, y esto podría generar grandes problemas sociales. La gente necesitaría nueva educación, entrenamiento y, en algunos casos, las personas tendrían que ser apoyadas, porque si alguien pierde su trabajo por la tecnología a los 55 años, va a ser difícil que aprenda una nueva habilidad para un nuevo trabajo. Estas personas van a necesitar que se hagan cargo de ellas, porque no hicieron nada malo”.
La historia está llena de oficios y profesiones que dejaron de existir por cambios profundos. No asumirlo ni enfrentarlo es la misma lógica, la del corto plazo ciega al deber intergeneracional, que nos tiene lidiando día a día con una crisis tan compleja como la del calentamiento global.
Fuente: El Divisadero